27 de octubre de 2011

Perro que habla, no muerde

¡Qué levante la mano aquél que no haya humanizado alguna vez a su mascota! No importa si es gato, perro, pececito, loro, tortuga. No se salva ninguna. Les ponemos nombres, les adjudicamos apodos, las charlamos, les contamos secretos, las dejamos dormir en la cama, las abrigamos con ropas en invierno, les compramos objetos innecesarios, las llevamos al doctor cuando se enferman, les sacamos fotos. Casi, casi como a un hijo. Es así, los animales domésticos ocupan desde hace tiempo un lugar especial en la vida de las personas. Son compañeros irremplazables y amigos fieles, y muchas veces hasta nos enseñan cosas. Pero de allí a que una de ellas tenga apariencia humana, hable nuestro idioma, fume marihuana, tome cerveza, coma hamburguesas y argumente sobre sexo, hay un camino muy largo.

Con esta última premisa trabaja Wilfred, la nueva serie de comedia que estrenará FX en las próximas semanas. El programa, que ya viene de afrontar con importante éxito su primera temporada en los Estados Unidos, está basado en su par homónimo australiano y protagonizado por Elijah Wood y el co-creador de la original, Jason Gann. Además, es producido nada más y nada menos que por uno de los cráneos hacedores de Padre de Familia (Family Guy), David Zuckerman.

Wilfred es una serie sobre la relación entre un perro y un hombre, pero muy lejos de aquella planteada por Colmillo Blanco o Lassie. Wilfred (Gann) es para todos, incluida su dueña, un perro común, silvestre y cariñoso. Sin embargo, el nuevo vecino de la cuadra, un ex abogado que se encuentra al borde del suicidio llamado Ryan Newman (Wood), lo verá como un hombre disfrazado. Por distintas circunstancias, ambos entablarán una extraña amistad que promete rayar la locura y darle a la serie un touch bizarro, cómico y al mismo tiempo pedagógico. Porque para sacar a Ryan de su depresión, Wilfred lo exhortará a vivir, como él, la vida despreocupada y simple de los caninos. Incluso cada episodio, que por ahora son 13, está titulado con una cualidad que puede atribuírsele tanto a los animales como a las personas: Felicidad, Confianza, Orgullo, Respeto, etc. Suena interesante.

Wilfred verá la luz en Latinoamérica el domingo 13 de noviembre a las 23.


Libertad, anhelado tesoro

Sin dudas que la libertad es uno de los estados o condiciones más preciados por cualquier ser humano. No en vano se han concebido guerras para proclamarla y se han perdido vidas en su nombre. No es tampoco casualidad que el Derecho imponga su falta a los que atentan contra la convivencia civilizada. En ese sentido, las prisiones son y han sido ese reducto por el medio del cual el hombre castiga las malas acciones del hombre. Y hecha la ley, hecha la oportunidad de violarla. El hambre de la libertad, en especial por parte de aquellos impedidos de ella por la fuerza, suele reinar sobre cualquier otra necesidad. Esto ha dado origen a las fugas carcelarias, material que en inagotables oportunidades ha sido utilizado por la literatura, la televisión y el cine para llevar entretenimiento a las masas.

Comparando la ficción con la realidad, hay que convenir que el escape de una penitenciaria siempre se vivirá con mayor estrés en una situación real. Sin irnos muy lejos, podemos recordar con un poco de aprehensión el caso local de la cárcel de San Martín, ocurrido no hace muchos años atrás en un barrio de nuestra ciudad. La situación mantuvo en vilo durante horas a la policía, vecinos, guardia cárceles, autoridades y presos, y dejó secuelas espantosas.

Por el contrario, en la ficción, siempre va a ser necesaria la complicidad del lector-espectador para conducir con éxito al protagonista a la libertad y de paso generar adrenalina y disfrute en aquel que es testigo virtual del escape. No funciona de otra manera. Numerosas historias o partes de ellas han estado inspiradas en ese acto último de desesperación, que lleva a los seres humanos a arriesgar todo con el fin de conseguir ser libres, no importa si son inocentes o culpables de los crímenes por los cuales fueron encarcelados. En el arte éste es un detalle menor. En toda buena trama la identificación con el prófugo es clave para que una fuga sea bien apreciada. Pensemos en Edmundo Dantes y su salida fortuita del Castillo de If en El conde de Montecristo. Pensemos también en Andy Dufresne que se arrastró por 500 metros de mierda hacia la independencia en Sueños de libertad. Pensemos en Billy Hayes y su huída accidental de la espeluznante cárcel turca en Expreso de medianoche. Y no olvidemos la persecución frenética de la que fuera víctima doctor Richard Kimble en El fugitivo.

Más cerca en el tiempo, los casos abundan: La Roca, Enemigos públicos, Yo amo a Phillips Morris, Sin escape, Camino a la libertad, Prision break, y seguro se me están pasando varias más. En todos esos casos, uno se pone del lado del que huye.

A medio camino entre la ficción y la realidad, Nat Geo acaba de estrenar, en formato documental, la serie Grandes escapes, que “con todo el cariz y la atmósfera de un programa de policías de Estados Unidos, presenta interpretaciones de alto voltaje de fugas verdaderas”. De manera meticulosa, utilizando material de archivo y personificaciones, el show toma un caso real y lo va a desmembrar quirúrgicamente, brindándole al televidente los detalles precisos acerca de cómo alguien pudo salirse de prisión. No siempre triunfan con su cometido. No siempre vuelven. No siempre nos causan empatía. El resultado: la exposición metodológica de un manual de escape para eventuales prófugos. Digno de verse. Aquí un bocadillo.

Lo pasan los sábados a las 11 por Nat Geo.

12 de octubre de 2011

Corre, pibe corre

Había una vez un hombre al que le gustaba correr. Corría donde podía. Corría estando encerrado. Corría aunque nadie lo persiguiera. Corría más rápido si alguien lo perseguía. Además de correr o, como consecuencia de esa necesidad constante de adrenalina, el hombre también robaba.

El ladrón (Der Räuber) es la historia (basada en la vida real) de un enemigo público austríaco que compitió en varios maratones y acechó bancos en la década del '80. A la hora del deporte, participó en varias competencias y detentó un récord en su país. A la hora de los asaltos, actuaba solo, vistiendo una máscara y un arma y se llevaba un poco de efectivo. Por supuesto, escapaba en un auto, lo dejaba lejos de la civilización y se volvía corriendo.

Dirigida por el joven alemán Benjamin Heisenberg, El ladrón (que fue neciamente traducida en nuestro mercado como Sin escape) está narrada de manera minimalista. Abundan los silencios aciagos que acompañan el carácter parco y reservado del protagonista, personificado delicadamente por el austríaco Andreas Lust. La única música que abunda es la respiración agitada del corredor y el sonido de sus pies galopando en el suelo.

Para los poco acostumbrados al ritmo de relato del cine europeo, El ladrón puede parecer por momentos un tanto lenta. Sin embargo, con paciencia, uno empieza a adorar esa quietud, a contagiarse de la adrenalina y, previsiblemente, como en un viaje de ida a “descosuelandia”, a identificarse con el delincuente. Como debe ser en todo filme que se precie.
Sigue en las salas. Aprovechen.

11 de octubre de 2011

Muy interesante

La semana próxima, más precisamente el martes 18 a las 21 horas, Warner Channel estrenará para Latinoamérica la nueva serie titulada Person of interest, que acaba de ver la luz en el hemisferio norte con críticas encontradas. A continuación algunas razones para estar atento y al menos ver el capítulo piloto.

Punto uno. Jim Caviezel es uno de los tipos más lindos que ha catapultado Hollywood a la fama relativa. ¿Qué es la fama relativa? Es esa fama que tiene Jim Caviezel. Un hombre que cumplía con todos los requisitos necesarios para arrasar con los papeles que, por ejemplo, ahora les ofrecen a Clive Owen o a Colin Firth. Pero no, Caviezel se dedicó a escoger roles secundarios en películas más o menos portentosas, que nunca le fueron redituables a nivel de notoriedad. Cuenta la leyenda que es muy religioso y que le costó un huevo hacer las escenas cachondas con Jennifer López en Mirada de ángel (y eso que la cantante lo eligió personalmente para que fuera su compañero en esa película). Capaz eso le juega en contra. Y no es que una otorgue a la fama un status superior a otras dotes artísticas, pero dan ganas de verlo más seguido.

Punto dos. Salvo algunas apariciones esporádicas en algunos shows de televisión, esta es la primera incursión permanente en la pantalla chica de Michael Emerson desde Lost. Se lo extrañaba mucho. Convengamos que la presencia de Emerson en la serie de los perdidos fue una de las cosas más importantes que ocurrió en la isla en las últimas temporadas.

Punto tres. Después de algunos pasos en falso (Undercovers) y algunos aciertos (Super 8 y Fringe) esta es también otra vuelta de J. J. Abrams como productor ejecutivo a la pantalla chica. Y convengamos que el hombre al que se le atribuye uno de los éxitos más grandiosos de los últimos tiempos en materia de shows televisivos, se ha convertido en una suerte de garantía a la hora de patrocinar y apadrinar nuevas experiencias.

Punto cuatro. Con un formato procedimental, Person of interest relata los pormenores de un científico (Emerson) que trabaja para el Gobierno estadounidense y un ex agente de la CIA (Caviezel) que está dado por muerto. Uno será el autor intelectual y el otro el ejecutor de una suerte de justicia preventiva de crímenes que todavía no han ocurrido. La fórmula ya fue probada con éxito: suena a una mezcla entre Minority report (aquél film con Tom Cruise) y Enemigo Público (aquél otro con Will Smith).

Habrá que ver si el sex-appeal-perfil-bajo de Caviezel, el carisma de Emerson, la inteligencia de Abrams y el formato cerrado de capítulos que se sirven a sí mismos, logran fusionarse en un buen combo que logre mantener a la audiencia entusiasmada. Hasta el momento es sólo expectativa.

10 de octubre de 2011

Mujeres que tocan fondo demasiado

Por fin una buena película para minas. A Dios gracias porque a alguien se le ocurrió sacar a Kristen Wiig un rato de Saturday Night Live (SNL), quitarle la peluca y ponerla al frente de Damas en guerra (Bridesmaids). Ya era hora que las mujeres de 30 y pico aparecieran frente a la lente con arrugas, kilos de más, imperfecciones y frustraciones que las conviertan en seres casi reales. Quieras o no, una se termina fastidiando de verse representada por los perfectos íconos de Sex and the City.

Annie (Wiig) no pasa por su mejor momento. Perdió todo su capital en un negocio que fracasó frente a la crisis, llevándose al tacho no sólo el dinero invertido sino también a su pareja. Comparte un departamento con dos personas desagradables, trabaja como empleada en una joyería y maneja un auto que se cae a pedazos. “Creo que has tocado fondo”, le dice su madre. Pero eso no es nada. La historia recién empieza. Pronto, su mejor amiga de toda la vida le pedirá que sea madrina de su boda y le presentará a su nueva mejor amiga. Y aquí es donde comienza la real debacle de Annie, cuando trata de competir con la bella, exitosa y millonaria Helen (Rose Byrne). Porque a una chica podés quitarle el laburo, la casa, el novio y la dignidad. Pero guay que le toques a una amiga.

Comparada, quizás oportunamente, con “Qué pasó ayer”, Damas en guerra es una historia sobre la amistad entre mujeres, con justas dosis de humor improvisado, hilarante, escatológico y muy bien encarnado por chicas que tienen años laburando en comedia: se destacan Melissa McCarthy, quien ganó este año un Emmy por Mike and Molly, y Maya Rudolph, también de la cocina de SNL. Quizás hacia el medio, la película peca de ser un poco larga y, hacia el final, de querer quedar bien con Dios y con el Diablo, pero no deja de ser una buena opción para reírse un rato, a carcajadas, hasta que duela la panza.