La vida en pareja no es fácil. Es difícil imaginarse al príncipe azul levantándose temprano para ir a laburar. Más aún cuando ya está un poco pelado y le gusta arrancar con la primera cerveza del día al alba. La imagen no es grata. Y viceversa. Con el tiempo las mujeres también dejamos traslucir algunos defectos, en especial el de la apatía, que es lejos uno de los peores vicios a vencer, si es que alguna vez se lo logra. Sí, la vida en pareja no es fácil. No lo digo solamente yo.
Encima, como si fuera poco saber que, según estadísticas de por aquí cerca, los divorcios duplican a la cantidad de casamientos, una tiende a imaginarse a Blancanieves consultando al espejo mágico antes de casarse, para saber qué va a pasar de acá a diez años, cuando la pasión se haya desvanecido, la vida sexual haya desaparecido y la rutina haya terminado por amalgamar una receta con final infeliz. En definitiva, cuando de las perdices que habla el cuento no haya ni rastro. ¿Se hubiera casado esa chica?
Ahí, justo en ese momento lóbrego, es cuando Derek Cianfrance decide ubicar su historia de un amor: "Blue Valentine". Dean y Cindy (protagonizados impecablemente por Ryan Gosling y Michelle Williams) constituyen una pareja que tiene una hija, trabajos rutinarios, una vida ardua, un automatismo amargo. Nadie entiende cómo llegaron hasta allí, hasta ese presente descolorido. Blue Valentine es una historia que comienza por el presente de la pareja. Sin embargo, se trata de un presente que podría interpretarse como el futuro, probable, muchas veces, que les espera a miles de novios en el mundo que un día apostaron por el “hasta que la muerte nos separe” y ni siquiera llegaron a viejos juntos.
Si tuvieras la bola de cristal y pudieras ver tu matrimonio encaminándose a la ruina, ¿evitarías casarte? Tal vez sí. Tal vez no. Quién sabe. Quizás la moraleja radica en que el amor es siempre más fuerte. O en que la necesidad de amar triunfa sobre la factible adversidad. Pero si algo queda claro es que, no siempre, el amor asegura un final feliz.
Aprovechala en el cine, todavía sigue en cartelera.
27 de junio de 2011
25 de junio de 2011
Fabio Zerpa sigue teniendo razón
Desde que Orson Wells aterrorizó a los ciudadanos de Nueva Jersey y Nueva York con una adaptación radial de La Guerra de los Mundos, las historias sobre extraterrestres que viajan a la Tierra combinada con los medios masivos de comunicación y el séptimo arte, básicamente pueden dividirse en dos grandes grupos: la de los aliens malos que vienen a atacarnos (Transformers, V Invasión, El día que la Tierra se detuvo, Señales, Invasores, Día de la Independencia) y la de los aliens buenos que andan perdidos, deben esconderse y terminan a nuestro cuidado (Alf, Mork y Mindy, ET, K-Pax, American Dad, Roswell), sin contar con el ingrediente de la abducción (Los expedientes X, Taken).
No mucho ha cambiado en todos estos años, al menos que yo recuerde, sin embargo, la ciencia ficción protagonizada por seres provenientes de otras galaxias sigue causando fascinación en la audiencia. El hombre, como raza, es un bicho raro de costumbres ambiguas. No solo ha diezmado al único planeta en el que habita, eliminando y sometiendo a otras especies, sino que además gusta de proyectar su carácter depredador en un ser superior y ponerse en el lugar de la víctima: es atacado sin motivos aparentes por seres viles que quieren dominarlo, justamente lo mismo que le hace a la naturaleza. A lo mejor tiene mucho que ver con el pánico hacia lo desconocido, o con ese instinto de supervivencia del más apto, o una combinación de ambas. Lo cierto es que las películas y series sobre extraterrestres, no pasan desapercibidas y muchas veces terminan siendo una metáfora sobre nuestra existencia.
Uno de los últimos ensayos en ese sentido es la lustrosa Falling Skies que se estrenó el viernes luego de semanas de previa y expectativa. Sin embargo, más allá de la sonora producción de Steven Spielberg, la participación del dibujante cordobés Juan Ferreyra, y el protagonismo del ex médico John Carter de ER Emergencias (Noah Wyle), el argumento no le escapa a nadie que haya visto alguna vez una del género. Hasta el momento, después de un capítulo lanzamiento de dos horas, la serie no promete nada innovador. Los bichos cambian, las mañas perduran: un buen día estás desayunando con tu familia, yendo a laburar, llevando a tus chicos a la escuela, tratando de educarlos, y de repente un grupo de ovnis ignominiosos mata a tu esposa, abduce a tu hijo, y te pone una pistola en la mano. La sociedad ordenada en la que nos gusta vivir a los occidentales debe resistir el ataque, emigrando, movilizándose, militarizándose e irónicamente combatiendo no sólo a los aliens y a sus robots asesinos, sino a otros humanos que quieren hacer prevalecer sus intereses sobre los del resto. La autoridad paterna prevalece, la familia no se cuestiona, la religión sí, hasta el momento los bichos no se han dejado ver mucho y lo único en común con nosotros es su carácter mortal. En definitiva, por ahora, Falling Skies es una de esas historias que cabe en el primer grupo mencionado arriba y que reúne varias características de todas esas películas. ¿Habrá que darle tiempo para progresar? Lo decide usted en su casa.
La repetición del primer capítulo podrá verse el próximo viernes a las 20 por TNT. Capítulo estreno los viernes a las 22 por TNT.
No mucho ha cambiado en todos estos años, al menos que yo recuerde, sin embargo, la ciencia ficción protagonizada por seres provenientes de otras galaxias sigue causando fascinación en la audiencia. El hombre, como raza, es un bicho raro de costumbres ambiguas. No solo ha diezmado al único planeta en el que habita, eliminando y sometiendo a otras especies, sino que además gusta de proyectar su carácter depredador en un ser superior y ponerse en el lugar de la víctima: es atacado sin motivos aparentes por seres viles que quieren dominarlo, justamente lo mismo que le hace a la naturaleza. A lo mejor tiene mucho que ver con el pánico hacia lo desconocido, o con ese instinto de supervivencia del más apto, o una combinación de ambas. Lo cierto es que las películas y series sobre extraterrestres, no pasan desapercibidas y muchas veces terminan siendo una metáfora sobre nuestra existencia.
Uno de los últimos ensayos en ese sentido es la lustrosa Falling Skies que se estrenó el viernes luego de semanas de previa y expectativa. Sin embargo, más allá de la sonora producción de Steven Spielberg, la participación del dibujante cordobés Juan Ferreyra, y el protagonismo del ex médico John Carter de ER Emergencias (Noah Wyle), el argumento no le escapa a nadie que haya visto alguna vez una del género. Hasta el momento, después de un capítulo lanzamiento de dos horas, la serie no promete nada innovador. Los bichos cambian, las mañas perduran: un buen día estás desayunando con tu familia, yendo a laburar, llevando a tus chicos a la escuela, tratando de educarlos, y de repente un grupo de ovnis ignominiosos mata a tu esposa, abduce a tu hijo, y te pone una pistola en la mano. La sociedad ordenada en la que nos gusta vivir a los occidentales debe resistir el ataque, emigrando, movilizándose, militarizándose e irónicamente combatiendo no sólo a los aliens y a sus robots asesinos, sino a otros humanos que quieren hacer prevalecer sus intereses sobre los del resto. La autoridad paterna prevalece, la familia no se cuestiona, la religión sí, hasta el momento los bichos no se han dejado ver mucho y lo único en común con nosotros es su carácter mortal. En definitiva, por ahora, Falling Skies es una de esas historias que cabe en el primer grupo mencionado arriba y que reúne varias características de todas esas películas. ¿Habrá que darle tiempo para progresar? Lo decide usted en su casa.
La repetición del primer capítulo podrá verse el próximo viernes a las 20 por TNT. Capítulo estreno los viernes a las 22 por TNT.
17 de junio de 2011
Un mundo perfecto
- Dedicada a las chicas que leen Bonelli -
Confieso que nunca había oído hablar de Florencia Bonelli hasta la semana pasada. De adolescente fui instruida por mi abuela en la lectura de novelas rosas de autores como Danielle Steel y Sidney Sheldon, pero habían entorpecido mi apreciación de la realidad sumiéndome a una búsqueda implacable de príncipes azules que no existían y contribuyendo a crear un Super Yo demasiado exigente. Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor me hicieron ver que los hombres estaban muy lejos de ser parecidos a los altos y rubios modelos que servían a mujeres despampanantes de esos libros, no precisamente por las características físicas, sino por que simplemente esos tipos no existen. Así, me fui enemistando con las páginas románticas y buscando otro tipo de lecturas como "1984" y "Un mundo feliz", que distaban mucho de ser platónicas. El psicoanálisis y la Universidad hicieron el resto.
El jueves pasado, en una incursión por las redes sociales me topé sin querer con una conversación ajena en la que varias amigas mencionaban a Bonelli, o más bien dicho, la idolatraban. Las conversaciones vía Facebook tienen eso: una puede inmiscuirse en un tema del que poco sabe, sin ser notada, sin tener que aportar al diálogo, casi como escuchar por detrás de la puerta. En fin. Las chicas discutían sobre escenas de varios de sus libros, hablaban sobre noches en vela leyendo, conversaban sobre maridos que no complacían sus expectativas y declaraban embarazos no deseados atribuidos al poder del libro. Me sentí muy tentada por saber de qué se trataba. No era "El Secreto", ni alguno de estos libros de autoayuda. Entonces, ¿qué tenía esa mujer que hacía que una mina perdiera horas de sueño leyendo y después se lanzara hacia el primer torso velludo que se cruzara por su camino?
La respuesta me la dio mi librero masculino de confianza. “Bonelli escribe novelas eróticas señorita”, me dijo. “Ahhhh”, respondí yo con cara de póquer. No es fácil disimular inmutabilidad frente a una frase de esas características. Es casi casi como ir a comprar forros a la farmacia. “Déme dos”, le dije a continuación. Pero mi librero de confianza, no estaba del todo acertado. Habiendo leído “Lo que dicen tus ojos” en dos noches, y no viendo la hora de empezar a leer su continuación “Caballo de fuego”, descubrí qué hacía delirar a mis amigas. Bonelli no escribe solo historias sexuales, sino que tiene el gran poder de crear personajes masculinos ideales, personajes femeninos perfectos y contextualizar a ambos en una historia de amor de esas que es muy poco probable que existan, con dosis de pasión que duran más que una pila Duracell, y encima les dedica un final feliz. Tratar de describir lo que genera Bonelli en sus lectoras es como tratar de describir colores. No se puede. Hay que sentirlo.
Los máximos detractores de esta contadora cordobesa devenida escritora, apuntan a la carga estereotipada de su discurso y su previsibilidad. Ella misma lo reconoce y se defiende (a sí misma y también a sus lectoras) en una entrevista que le hizo el diario La Nación el año pasado: “Final feliz siempre. Sabemos que los personajes van a terminar juntos, el chiste es cómo van a llegar hasta ese final. Cómo sortean los problemas, quiénes los van a querer separar. A otras personas les gustará leer una literatura más filosófica. A nosotras nos gusta esto”. Y sí. El deseo femenino por el príncipe azul todavía goza de buena salud.
Confieso que nunca había oído hablar de Florencia Bonelli hasta la semana pasada. De adolescente fui instruida por mi abuela en la lectura de novelas rosas de autores como Danielle Steel y Sidney Sheldon, pero habían entorpecido mi apreciación de la realidad sumiéndome a una búsqueda implacable de príncipes azules que no existían y contribuyendo a crear un Super Yo demasiado exigente. Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor me hicieron ver que los hombres estaban muy lejos de ser parecidos a los altos y rubios modelos que servían a mujeres despampanantes de esos libros, no precisamente por las características físicas, sino por que simplemente esos tipos no existen. Así, me fui enemistando con las páginas románticas y buscando otro tipo de lecturas como "1984" y "Un mundo feliz", que distaban mucho de ser platónicas. El psicoanálisis y la Universidad hicieron el resto.
El jueves pasado, en una incursión por las redes sociales me topé sin querer con una conversación ajena en la que varias amigas mencionaban a Bonelli, o más bien dicho, la idolatraban. Las conversaciones vía Facebook tienen eso: una puede inmiscuirse en un tema del que poco sabe, sin ser notada, sin tener que aportar al diálogo, casi como escuchar por detrás de la puerta. En fin. Las chicas discutían sobre escenas de varios de sus libros, hablaban sobre noches en vela leyendo, conversaban sobre maridos que no complacían sus expectativas y declaraban embarazos no deseados atribuidos al poder del libro. Me sentí muy tentada por saber de qué se trataba. No era "El Secreto", ni alguno de estos libros de autoayuda. Entonces, ¿qué tenía esa mujer que hacía que una mina perdiera horas de sueño leyendo y después se lanzara hacia el primer torso velludo que se cruzara por su camino?
La respuesta me la dio mi librero masculino de confianza. “Bonelli escribe novelas eróticas señorita”, me dijo. “Ahhhh”, respondí yo con cara de póquer. No es fácil disimular inmutabilidad frente a una frase de esas características. Es casi casi como ir a comprar forros a la farmacia. “Déme dos”, le dije a continuación. Pero mi librero de confianza, no estaba del todo acertado. Habiendo leído “Lo que dicen tus ojos” en dos noches, y no viendo la hora de empezar a leer su continuación “Caballo de fuego”, descubrí qué hacía delirar a mis amigas. Bonelli no escribe solo historias sexuales, sino que tiene el gran poder de crear personajes masculinos ideales, personajes femeninos perfectos y contextualizar a ambos en una historia de amor de esas que es muy poco probable que existan, con dosis de pasión que duran más que una pila Duracell, y encima les dedica un final feliz. Tratar de describir lo que genera Bonelli en sus lectoras es como tratar de describir colores. No se puede. Hay que sentirlo.
Los máximos detractores de esta contadora cordobesa devenida escritora, apuntan a la carga estereotipada de su discurso y su previsibilidad. Ella misma lo reconoce y se defiende (a sí misma y también a sus lectoras) en una entrevista que le hizo el diario La Nación el año pasado: “Final feliz siempre. Sabemos que los personajes van a terminar juntos, el chiste es cómo van a llegar hasta ese final. Cómo sortean los problemas, quiénes los van a querer separar. A otras personas les gustará leer una literatura más filosófica. A nosotras nos gusta esto”. Y sí. El deseo femenino por el príncipe azul todavía goza de buena salud.
11 de junio de 2011
Me cacho en el doblaje
El doblaje de las películas viene ganando fuerza desde hace varios meses, quizás años ya. De a poquito, sin que nos diéramos cuenta, la españolización neutra que no refiere identidad de ningún tipo, se fue trasladando de sus dominios de la televisión por aire a los canales del cable, éstos últimos supuestos reductos para los cinéfilos hogareños que gustan de ver que Tom Hanks y Bruce Willis tienen en realidad voces distintas.
El primero de los que yo recuerdo que anuló el idioma original de los filmes fue Space. Además fue uno de los primeros en dejar de comprar películas nuevas. Le siguió The Film Zone, en donde comprobé con angustia cómo Matt Damon hablaba perfecto castellano y no con su esposa argentina, sino con Franka Potente en la primera de Jason Bourne. Cinemax siguió más tarde, incluso doblando al español películas argentinas como “Un novio para mi mujer”, aunque usted no lo crea.
Así sucesivamente, pasando por Warner, hasta el 1 de junio, fecha en que la ofensiva culminó con Cinecanal anunciando el doblaje del 100% de su material al español, el único canal que además no hacía cortes publicitarios (al menos no tan largos) durante las emisiones. Después de esto, se podría decir que la televisión paga a la que uno accedía en busca de estrenos, idioma original y no-publicidad, termina prestando el mismo servicio que la TV por aire (al menos en lo que respecta a los canales de películas). Habrá que pagar HBO…
No quiero sonar anti-lengua. Pero existen infinitas razones para reclamar ver películas en su idioma original, más aún pagando por ello. En el cine, como en toda expresión artística, parte de la perfomance de los actores está reflejada en el habla, en la entonación, etc. Por más que el doblaje sea el mejor del mundo, no es lo mismo.
Nadie cuestiona que a las películas para niños las pasen dobladas, pero para los adultos que estamos acostumbrados desde muy temprano a leer los subtítulos, debería haber opciones. Uno que lo hace es el canal Studio Universal, que tiene la costumbre de pasar la película elegida para el prime-time dos veces, una en idioma original con subtítulos y la otra en español. Será engorroso, pero celebro la decisión, aunque disminuya la cantidad de títulos.
Y no me refiero solo a los filmes provenientes del gran país del norte. Si bien muchas de las películas que consumimos en Argentina vienen de Hollywood, están habladas en inglés, y las probabilidades de comprenderlas son mayores para aquellos que conocen la lengua anglosajona, la misma regla debería aplicarse para todos los idiomas: francés, alemán, iraní, etc.
Mel Gibson comprendió esto cuando filmó la de Jesús en arameo, Tarantino comprendió esto cuando filmó “Bastardos sin gloria” en cuatro idiomas distintos respetando la lengua de todos los países involucrados en la historia, y Mike Newell no entendió nada cuando filmó “El amor en los tiempos del cólera” con Javier Bardem diciendo “love” y "for ever" en vez de "amor" y "por siempre". Llevar al celuloide a García Márquez con un protagonista ibérico hablando en inglés fue uno de los sacrilegios más grandes de la era moderna, casi similar a la de los “chilenos” Trueba de “La Casa de los espíritus”.
Pensalo así: No es lo mismo "Run, Forrest, run", que "Corre, Forrest, corre"; ni "My precious!", que "Mi precioso!"; ni "I'll be back", que "Volveré"; ni "You talkin' to me?", que "Me estás hablando a mí?"; ni "Show me the money!", que "Muéstrame el dinero"; ni "You can't handle the truth!", que "Usted no puede manejar la verdad".
Tampoco es lo mismo “La puta que vale la pena estar vivo”, que “Bitch, it’s worth to be alive”; ¿Qué pretende usted de mí?, que “What do you want from me?”; “Putos no faltan, lo que faltan son financistas”, que “Gays are not lacking, what is lacking are financiers”.
El primero de los que yo recuerdo que anuló el idioma original de los filmes fue Space. Además fue uno de los primeros en dejar de comprar películas nuevas. Le siguió The Film Zone, en donde comprobé con angustia cómo Matt Damon hablaba perfecto castellano y no con su esposa argentina, sino con Franka Potente en la primera de Jason Bourne. Cinemax siguió más tarde, incluso doblando al español películas argentinas como “Un novio para mi mujer”, aunque usted no lo crea.
Así sucesivamente, pasando por Warner, hasta el 1 de junio, fecha en que la ofensiva culminó con Cinecanal anunciando el doblaje del 100% de su material al español, el único canal que además no hacía cortes publicitarios (al menos no tan largos) durante las emisiones. Después de esto, se podría decir que la televisión paga a la que uno accedía en busca de estrenos, idioma original y no-publicidad, termina prestando el mismo servicio que la TV por aire (al menos en lo que respecta a los canales de películas). Habrá que pagar HBO…
No quiero sonar anti-lengua. Pero existen infinitas razones para reclamar ver películas en su idioma original, más aún pagando por ello. En el cine, como en toda expresión artística, parte de la perfomance de los actores está reflejada en el habla, en la entonación, etc. Por más que el doblaje sea el mejor del mundo, no es lo mismo.
Nadie cuestiona que a las películas para niños las pasen dobladas, pero para los adultos que estamos acostumbrados desde muy temprano a leer los subtítulos, debería haber opciones. Uno que lo hace es el canal Studio Universal, que tiene la costumbre de pasar la película elegida para el prime-time dos veces, una en idioma original con subtítulos y la otra en español. Será engorroso, pero celebro la decisión, aunque disminuya la cantidad de títulos.
Y no me refiero solo a los filmes provenientes del gran país del norte. Si bien muchas de las películas que consumimos en Argentina vienen de Hollywood, están habladas en inglés, y las probabilidades de comprenderlas son mayores para aquellos que conocen la lengua anglosajona, la misma regla debería aplicarse para todos los idiomas: francés, alemán, iraní, etc.
Mel Gibson comprendió esto cuando filmó la de Jesús en arameo, Tarantino comprendió esto cuando filmó “Bastardos sin gloria” en cuatro idiomas distintos respetando la lengua de todos los países involucrados en la historia, y Mike Newell no entendió nada cuando filmó “El amor en los tiempos del cólera” con Javier Bardem diciendo “love” y "for ever" en vez de "amor" y "por siempre". Llevar al celuloide a García Márquez con un protagonista ibérico hablando en inglés fue uno de los sacrilegios más grandes de la era moderna, casi similar a la de los “chilenos” Trueba de “La Casa de los espíritus”.
Pensalo así: No es lo mismo "Run, Forrest, run", que "Corre, Forrest, corre"; ni "My precious!", que "Mi precioso!"; ni "I'll be back", que "Volveré"; ni "You talkin' to me?", que "Me estás hablando a mí?"; ni "Show me the money!", que "Muéstrame el dinero"; ni "You can't handle the truth!", que "Usted no puede manejar la verdad".
Tampoco es lo mismo “La puta que vale la pena estar vivo”, que “Bitch, it’s worth to be alive”; ¿Qué pretende usted de mí?, que “What do you want from me?”; “Putos no faltan, lo que faltan son financistas”, que “Gays are not lacking, what is lacking are financiers”.
Tótem vs. Ídolo - La marca Brad Pitt y los nuevos galanes
Brad Pitt es una marca registrada. Hace rato. No estoy descubriendo la pólvora con semejante declaración. Mi generación se ha criado y crecido con esa marca. El nombre y lo que de él se desprende, el significado y significante, es ya universal y remite a belleza masculina, con ciertas añadiduras que dependerán siempre de la cultura. En occidente puede agregarsele éxito, dinero, fama, conquista sexual, (sumale lo que se te ocurra).
Si no estás de acuerdo te sugiero un ejercicio. Date vuelta y preguntale a cualquier persona que tengas cerca si Brad Pitt le parece lindo. La respuesta en el 99,9% de los casos será positiva. Mujer u hombre, no importa. En toda mi vida, conocí a una sola persona que opinó que el rubio actor de “Fight Club” no estaba bueno. La mina era una de esas típicas personas con síndrome de “el contra”, aquella dolencia que lleva a quien la padece a siempre encontrar en todos los putos órdenes de la vida la quinta pata al gato. Pero sobre gustos no hay nada escrito según me cuentan.
Ahora bien, el mundo no estaría superpoblado si la universalidad de la belleza comandada por la industria del espectáculo determinara la perpetuidad de la especie. Para decirlo en criollo, si para todas la perfección estuviera estipulada por las cualidades de Brad Pitt estaríamos en el horno. Brad Pitt es el tótem, pero a la hora de los bifes cada uno tiene su propio ídolo. Es acá donde volvemos a replicar el ejercicio. La siguiente pregunta que debes hacer a la misma persona que tenés cerca es “cuál es el actor/celebridad/rockero/deportista/etc. más lindo” y ahí es donde comienzan a aflorar las individualidades.
Para ilustrar con un ejemplo, en pleno apogeo de la supremacía "bradpittiana", en un capítulo de 2001 de "Sex and the City", las chicas desayunan y hablan boludeces. El diálogo es más o menos el siguiente: “¿Con quién fantaseas a la hora de bla bla bla?”. Respuesta generalizada: “Russell Crowe”. Diálogo continúa: “¿Qué hacían las mujeres antes de Russell Crowe?”. Respuesta generalizada: “George Clooney”. Como podrás ver, las chicas no lo nombran.
La omisión obviamente calculada de Brad Pitt en ese comentario de las cuatro minas más famosas de New York, puede considerarse más una clara decisión política que una distracción. Los motivos pueden ser múltiples: porque está muy gastado, la respuesta es re obvia, etc.; pero no se trata de un simple descuido. El año anterior el tipo había ganado el título de “hombre vivo más sexy” y en el mismo año, Jennifer Aniston lo invitaba (eran novios entonces) a participar de uno de los capítulos de "Friends". El tipo estaba en la cúspide de la fama.
Sin embargo, la idea de los guionistas de “Sex and the City” de otorgarles el crédito a los otros dos (terriblemente facheros qué duda cabe) que en su mejores años fueron seres codiciados pero que también han sabido engordar y dejarse pelos sin afeitar para lograr efectos inversos, es una evidente toma de posición acerca de lo que las mujeres queremos después de todo.
Adoramos al tótem, pero nos conformamos con el ídolo (incluso a la hora de fantasear). Que sonría como George Clooney y no importa si no se afeita en una década total se le ven los dientes a la distancia. Que sea varonil y rudo como Russell Crowe, no importa si engorda 30 kilos, eructa cerveza y come como desaforado. Ellos son tus “brad-pitt”. Porque Brad Pitt puede engordar, dejarse el pelo largo y teñirse de morocho, pero le sigue quedando bien.
Y por fin la síntesis de este análisis: acá va una breve lista y aproximación a los nuevos galanes (siempre en el ámbito cinematográfico), que ya existían hace rato, que superan los 30, que nunca serán como Brad, pero vienen a ocupar espacios copados por Russells Crowes y Georges Clooneys, y otros sex symbols que, quiera yo o no, llega un punto que se agotan (solo por el hecho de no ser Brad Pitt). Estas nuevas caras encantan a mujeres en estos tiempos, capturan grillas, están en todas las películas, son tapas de revista y también son considerados “sexiest man alive”, etc.; pero de repente, son nuevos para tus ojos y siguen siendo "imperfectos": Ryan Reynolds, Bradley Cooper, Alex Tous, James MacAvoy, Romain Duris, Patrick Wilson. Están por todos lados, en el cine, en el cable, en DVD, sólo hay que saber mirar. Disfruten, antes de que desaparezcan.
Si no estás de acuerdo te sugiero un ejercicio. Date vuelta y preguntale a cualquier persona que tengas cerca si Brad Pitt le parece lindo. La respuesta en el 99,9% de los casos será positiva. Mujer u hombre, no importa. En toda mi vida, conocí a una sola persona que opinó que el rubio actor de “Fight Club” no estaba bueno. La mina era una de esas típicas personas con síndrome de “el contra”, aquella dolencia que lleva a quien la padece a siempre encontrar en todos los putos órdenes de la vida la quinta pata al gato. Pero sobre gustos no hay nada escrito según me cuentan.
Ahora bien, el mundo no estaría superpoblado si la universalidad de la belleza comandada por la industria del espectáculo determinara la perpetuidad de la especie. Para decirlo en criollo, si para todas la perfección estuviera estipulada por las cualidades de Brad Pitt estaríamos en el horno. Brad Pitt es el tótem, pero a la hora de los bifes cada uno tiene su propio ídolo. Es acá donde volvemos a replicar el ejercicio. La siguiente pregunta que debes hacer a la misma persona que tenés cerca es “cuál es el actor/celebridad/rockero/deportista/etc. más lindo” y ahí es donde comienzan a aflorar las individualidades.
Para ilustrar con un ejemplo, en pleno apogeo de la supremacía "bradpittiana", en un capítulo de 2001 de "Sex and the City", las chicas desayunan y hablan boludeces. El diálogo es más o menos el siguiente: “¿Con quién fantaseas a la hora de bla bla bla?”. Respuesta generalizada: “Russell Crowe”. Diálogo continúa: “¿Qué hacían las mujeres antes de Russell Crowe?”. Respuesta generalizada: “George Clooney”. Como podrás ver, las chicas no lo nombran.
La omisión obviamente calculada de Brad Pitt en ese comentario de las cuatro minas más famosas de New York, puede considerarse más una clara decisión política que una distracción. Los motivos pueden ser múltiples: porque está muy gastado, la respuesta es re obvia, etc.; pero no se trata de un simple descuido. El año anterior el tipo había ganado el título de “hombre vivo más sexy” y en el mismo año, Jennifer Aniston lo invitaba (eran novios entonces) a participar de uno de los capítulos de "Friends". El tipo estaba en la cúspide de la fama.
Sin embargo, la idea de los guionistas de “Sex and the City” de otorgarles el crédito a los otros dos (terriblemente facheros qué duda cabe) que en su mejores años fueron seres codiciados pero que también han sabido engordar y dejarse pelos sin afeitar para lograr efectos inversos, es una evidente toma de posición acerca de lo que las mujeres queremos después de todo.
Adoramos al tótem, pero nos conformamos con el ídolo (incluso a la hora de fantasear). Que sonría como George Clooney y no importa si no se afeita en una década total se le ven los dientes a la distancia. Que sea varonil y rudo como Russell Crowe, no importa si engorda 30 kilos, eructa cerveza y come como desaforado. Ellos son tus “brad-pitt”. Porque Brad Pitt puede engordar, dejarse el pelo largo y teñirse de morocho, pero le sigue quedando bien.
Y por fin la síntesis de este análisis: acá va una breve lista y aproximación a los nuevos galanes (siempre en el ámbito cinematográfico), que ya existían hace rato, que superan los 30, que nunca serán como Brad, pero vienen a ocupar espacios copados por Russells Crowes y Georges Clooneys, y otros sex symbols que, quiera yo o no, llega un punto que se agotan (solo por el hecho de no ser Brad Pitt). Estas nuevas caras encantan a mujeres en estos tiempos, capturan grillas, están en todas las películas, son tapas de revista y también son considerados “sexiest man alive”, etc.; pero de repente, son nuevos para tus ojos y siguen siendo "imperfectos": Ryan Reynolds, Bradley Cooper, Alex Tous, James MacAvoy, Romain Duris, Patrick Wilson. Están por todos lados, en el cine, en el cable, en DVD, sólo hay que saber mirar. Disfruten, antes de que desaparezcan.
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