12 de noviembre de 2011

Los médicos de hoy

Desde que George Clooney hiciera suspirar a mujeres y hombres en las salas de urgencias de ER allá por los 90, médicos de todo tipo, linaje y personalidad han pasado por la pantalla chica en los últimos años. Los ha habido facheros y dulces, como el doctor Derek Shepherd (alias McDreamy) en Grey`s Anatomy; antisociales y complejos como el doctor House en la serie del mismo nombre; inescrupulosos y mujeriegos como el doctor Christian Troy de Nip Tuck; y hasta súper seductores y metaficcionales como el doctor Ray Ramoray que hacía Joey en Friends.


No es fácil para los hipocondríacos. La multiplicación de programas de esta índole no da respiro y goza de muy buena salud. Siempre hay un médico o médica dispuestos a trabajar horas extras, sostener romances dentro de las cuatro paredes profilácticas del hospital y salvar vidas. En una ciudad real en donde la salud pública se encuentra descuajeringada en conflictos salariales con el poder de turno, la sola visión de cómo podría funcionar un sanatorio en el primer mundo se vuelve no sólo un ejercicio de entretenimiento sino también un acto de anhelo y envidia, y que aparentemente mantiene a la audiencia motivada.

Los médicos (al menos los de la tele) son esos profesionales a los que se les endilga la movilidad ascendente, el mayor ingreso económico, la gloria de pertenecer a una suerte de elite-alfa-protectora y la posibilidad de atraer ciegamente al sexo opuesto. Ser un “doctor” no es cualquier cosa, viene asociado al respeto y al mérito, al trabajo duro y al estudio eterno, al éxito y al atractivo, al orgullo materno y a la vanagloria conyugal (en especial de las mujeres). Ser un doctor, en definitiva, es bueno.

El último de los profesionales de la salud que la maquinaria hollywoodense acaba de expeler hacia las masas es el protagonista de A gifted man, el doctor Michael Holt, un neurocirujano súper competitivo y costoso que tiene un pequeño inconveniente: habla con el fantasma de su ex esposa. Personificado por el ascendente Patrick Wilson, el doctor Holt es interpelado por el espíritu de su ex para que resuelva sus asuntos pendientes. El tema es que los asuntos pendientes de ella consisten en hacer funcionar con escasos recursos una clínica gratuita para personas que no tienen seguro de salud en los Estados Unidos. La experiencia no le escapa para nada a nuestra idiosincrasia: los pasillos están llenos, los casos abundan. Y al doctor Holt, que está acostumbrado a atender a “gente linda” y millonaria, no le va tener que desperdiciar su tiempo en esas cuestiones.

Lo que se ve hasta ahora es una clásica moraleja. En las conversaciones con el más allá, se van contraponiendo esas dos materias que hacen a la profesión: dinero versus vocación. Pareciera que nunca logra ser un combo. El altruismo y la empatía que se supone motivan a todo joven idealista a la hora de abrazar la medicina como carrera (pero sin retribución económica), encarnados en la ex esposa de Holt. Por otro lado, el materialismo, la arrogancia y la justificación de que los ricos “también se enferman” en la piel del médico que parece disfrutar de su laburo cuando cobra caro por ello. En el medio, un continuo peregrinar de personajes secundarios que van y vienen, tienen dinero o no, se enferman y se curan. Todos atendidos, de buena o mala gana, por el doctor Holt.

Todavía es pronto para determinar si A gifted man estará a la altura de los programas médicos clásicos de los últimos tiempos. Recordemos que Nip Tuck tuvo seis bizarras temporadas, Dr. House ya lleva ocho, al igual que Grey`s Anatomy, y ER alcanzó las 15. Tanto tiempo en el aire que todos los que las protagonizan podrían haber hecho una carrera en medicina. Lo que sí está claro es que el mundo hospitalario en la TV genera fanatismo y rating. Hipocondríacos abstenerse.

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