12 de octubre de 2011

Corre, pibe corre

Había una vez un hombre al que le gustaba correr. Corría donde podía. Corría estando encerrado. Corría aunque nadie lo persiguiera. Corría más rápido si alguien lo perseguía. Además de correr o, como consecuencia de esa necesidad constante de adrenalina, el hombre también robaba.

El ladrón (Der Räuber) es la historia (basada en la vida real) de un enemigo público austríaco que compitió en varios maratones y acechó bancos en la década del '80. A la hora del deporte, participó en varias competencias y detentó un récord en su país. A la hora de los asaltos, actuaba solo, vistiendo una máscara y un arma y se llevaba un poco de efectivo. Por supuesto, escapaba en un auto, lo dejaba lejos de la civilización y se volvía corriendo.

Dirigida por el joven alemán Benjamin Heisenberg, El ladrón (que fue neciamente traducida en nuestro mercado como Sin escape) está narrada de manera minimalista. Abundan los silencios aciagos que acompañan el carácter parco y reservado del protagonista, personificado delicadamente por el austríaco Andreas Lust. La única música que abunda es la respiración agitada del corredor y el sonido de sus pies galopando en el suelo.

Para los poco acostumbrados al ritmo de relato del cine europeo, El ladrón puede parecer por momentos un tanto lenta. Sin embargo, con paciencia, uno empieza a adorar esa quietud, a contagiarse de la adrenalina y, previsiblemente, como en un viaje de ida a “descosuelandia”, a identificarse con el delincuente. Como debe ser en todo filme que se precie.
Sigue en las salas. Aprovechen.

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