27 de octubre de 2011

Libertad, anhelado tesoro

Sin dudas que la libertad es uno de los estados o condiciones más preciados por cualquier ser humano. No en vano se han concebido guerras para proclamarla y se han perdido vidas en su nombre. No es tampoco casualidad que el Derecho imponga su falta a los que atentan contra la convivencia civilizada. En ese sentido, las prisiones son y han sido ese reducto por el medio del cual el hombre castiga las malas acciones del hombre. Y hecha la ley, hecha la oportunidad de violarla. El hambre de la libertad, en especial por parte de aquellos impedidos de ella por la fuerza, suele reinar sobre cualquier otra necesidad. Esto ha dado origen a las fugas carcelarias, material que en inagotables oportunidades ha sido utilizado por la literatura, la televisión y el cine para llevar entretenimiento a las masas.

Comparando la ficción con la realidad, hay que convenir que el escape de una penitenciaria siempre se vivirá con mayor estrés en una situación real. Sin irnos muy lejos, podemos recordar con un poco de aprehensión el caso local de la cárcel de San Martín, ocurrido no hace muchos años atrás en un barrio de nuestra ciudad. La situación mantuvo en vilo durante horas a la policía, vecinos, guardia cárceles, autoridades y presos, y dejó secuelas espantosas.

Por el contrario, en la ficción, siempre va a ser necesaria la complicidad del lector-espectador para conducir con éxito al protagonista a la libertad y de paso generar adrenalina y disfrute en aquel que es testigo virtual del escape. No funciona de otra manera. Numerosas historias o partes de ellas han estado inspiradas en ese acto último de desesperación, que lleva a los seres humanos a arriesgar todo con el fin de conseguir ser libres, no importa si son inocentes o culpables de los crímenes por los cuales fueron encarcelados. En el arte éste es un detalle menor. En toda buena trama la identificación con el prófugo es clave para que una fuga sea bien apreciada. Pensemos en Edmundo Dantes y su salida fortuita del Castillo de If en El conde de Montecristo. Pensemos también en Andy Dufresne que se arrastró por 500 metros de mierda hacia la independencia en Sueños de libertad. Pensemos en Billy Hayes y su huída accidental de la espeluznante cárcel turca en Expreso de medianoche. Y no olvidemos la persecución frenética de la que fuera víctima doctor Richard Kimble en El fugitivo.

Más cerca en el tiempo, los casos abundan: La Roca, Enemigos públicos, Yo amo a Phillips Morris, Sin escape, Camino a la libertad, Prision break, y seguro se me están pasando varias más. En todos esos casos, uno se pone del lado del que huye.

A medio camino entre la ficción y la realidad, Nat Geo acaba de estrenar, en formato documental, la serie Grandes escapes, que “con todo el cariz y la atmósfera de un programa de policías de Estados Unidos, presenta interpretaciones de alto voltaje de fugas verdaderas”. De manera meticulosa, utilizando material de archivo y personificaciones, el show toma un caso real y lo va a desmembrar quirúrgicamente, brindándole al televidente los detalles precisos acerca de cómo alguien pudo salirse de prisión. No siempre triunfan con su cometido. No siempre vuelven. No siempre nos causan empatía. El resultado: la exposición metodológica de un manual de escape para eventuales prófugos. Digno de verse. Aquí un bocadillo.

Lo pasan los sábados a las 11 por Nat Geo.

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