Acá, Dios no existe

Ciudad de Dios. Esta película me dio escalofríos. La vi solamente una vez y no volveré a verla nunca más, porque no la podría soportar. Acá no caben calificativos, no es necesario que te guste para reconocer que es un excelente filme, pero tampoco es de esos que uno vería muchas veces.

Ciudad de Dios toma su nombre de una favela de Río de Janeiro y describe la vida de los chicos que allí crecen y lo que hacen para sobrevivir. Uno de ellos (Buscapé) se salva, porque logra entrar en el sistema, encontrarse un laburo y mantenerse alejado de la violencia. El otro (Zé Pequeno) descubre, por el contrario, que la violencia es lo que lo salvará. Tiene unos diez años, considera el tráfico de drogas como negocio, se carga un chumbo y no lo suelta más. Y pobres de aquellos que se crucen por su camino.

Cuenta la leyenda que Fernando Meirelles, quien dirigió esta película junto a Kátia Lund, directamente se metió en la favela, reclutó a la mayoría de los actores en el barrio y una vez habiendo terminado su trabajo, dijo que de haber sabido lo peligros que corría en ese lugar, jamás hubiera filmado allí. Pero por suerte lo hizo.

Mientras veía Ciudad de Dios no pude dejar de recordar la historia del libro “Mi planta de Naranja Lima” (escrita por el también brasileño José Mauro de Vasconcelos) y que cuenta la vida Zezé, ese otro pequeño de Río de Janeiro que aprende de chico lo que es dolor, la pobreza, la exclusión, la violencia y la pérdida de la infancia. E infaliblemente me vuelve a surgir la pregunta: ¿Quién garantiza los derechos de esos niños? Porque a diferencia de otros filmes de Hollywood, acá uno sabe que la realidad supera a la ficción.

Si no la viste, te presento a Ze Pequeno (ese de la foto de la la derecha), que podría tranquilamente encabezar una lista de los villanos más célebres del cine, con la única diferencia de que uno sabe que a este pibe se lo puede encontrar a la vuelta de la esquina.